La mujer la trataba con desprecio y le gritaba haciéndola sentirse peor de lo que ya se sentía. La niña empezó a llorar pero se quedó muda, no dijo ni una palabra.
La mujer la quería pero no le importaba el daño que le estaba causando. La niña estaba derrotada pero convencida de lo mucho que la amaba.
La mujer seguía gritando con toda su fuerza y cuando la niña quiso hablarle, ella opaco su dulce voz con los gritos y no quiso escucharla. La niña, sin embargo, la seguía escuchando y cuando la mujer hizo silencio por un segundo, ella lo intentó pero la mujer no la dejó hablar de ninguna manera.
Finalmente, luego de tanto gritar, la mujer se quedó sin voz, y llegó al punto de susurrar lo que estaba gritando en el momento. Se sorprendió porque ya ni ella podía escucharse. Entonces la niña dejó de escucharla también y ni bien abrió la boca para hablar, la mujer se puso las manos en los oídos, pero igual podía escucharla.
La niña le pregunto:
-¿Por qué te tapas los oídos? ¿Acaso eres tan terca que no solo me gritas sino que tampoco quieres escucharme?- La niña la miro con enojo.- ¿Tan terca eres que te tapas los oídos aunque me escuchas para solo convencerte de que no lo estas haciendo?...
La mujer apartó las manos de sus oídos y bajó la mirada. Las dos se quedaron en silencio por un minuto y ella le susurró al oído:
-¿Qué tienes para decirme? Ahora puedo escucharte.- A lo que la niña le contestó:
-Antes también podías escucharme y a pesar de eso,
La mujer terminó perdiendo la voz definitivamente y luego de unos años, también perdió su audición.
La niña creció y se fue a vivir con un hombre que la amó el resto de su vida.
Un día fue a visitar a la mujer. Cuando esta le abrió la puerta, la miró a los ojos y se quedó ciega. La niña que ahora era también una mujer, le dejó sobre la mesa un papel escrito, y se fue. La mujer muy mareada y ya sin poder ver absolutamente nada, llamó a su marido y le pidió que le leyera lo que el papel decía:
"Voy a casarme dentro de un mes, aquí te dejo la invitación por si quieres venir.
Lo que por tanto tiempo quise decirte es que no me importa tu forma de ser, no me importa si me quieres o no, yo sigo amándote y lo voy a hacer siempre, pero me hiciste falta en mucho.
Por suerte, hoy en día, tengo a mi lado un hombre que sabe escucharme. Lo amo y somos muy felices pero él quiere conocerte, nunca le conté nada sobre ti y quiere verte presente en nuestro casamiento.
Yo quisiera que también estés ahí en este momento tan importante en mi vida, pero solo quiero decirte que debes abrir bien los ojos, para que veas a mi futuro marido, que debes abrir bien la boca para gritar que me felicitas y, por sobre todo, debes abrir bien los oídos, esta vez para escucharme decirte que TE AMO MAMÁ"...
"Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad y la laringitis."
William George Ward
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario